El perdón en el cuerpo

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Foto: Gus Moretta en Unsplash

El perdón es una de las emociones humanas más complejas que afecta no solo a nuestras relaciones con los demás, sino también impacta nuestra salud física, mental y hasta espiritual.

 

Todos hemos tenido algún conflicto con alguna persona,  es parte de la experiencia humana. A veces nos enojamos en el momento, después pasa. A veces la ofensa es muy grande y puede llevarnos mucho tiempo llegar a perdonar al ofensor. Y a veces  algunas personas nunca llegan a perdonar al otro sin saber que la falta de perdón tiene un efecto en su cuerpo. 

Cuando tenemos un conflicto que no acabamos de resolver o acomodar, aunque nuestra mente consciente se proponga “olvidarlo”, nuestra mente inconsciente no la olvida si la ofensa fue muy severa de acuerdo a nuestra escala de valores. Podemos sentir sus efectos a nivel fisiológico pues se activa la respuesta de estrés y pueden generarse emociones como ira y hostilidad. Esto le pasaba a Inés, consultante a quien llamaré así y con quien trabajé justamente el tema del conflicto y perdón en el trabajo.

Inés y un compañero de ella del trabajo habían sido asignados para un proyecto. Puso mucho empeño e incluso llegó a aportarle más tiempo e ideas que su colega. El día que tenían que presentarlo en la oficina, Inés tuvo que ir de emergencia al hospital pues su hijo había tenido un accidente grave. Llamó a la oficina para avisar que no asistiría y le pidió a su colega que presentara el proyecto a nombre de los dos, quien dijo que así lo haría y que no se preocupara por eso, que atendiera su asunto con su hijo.

Cuando Inés llegó a la oficina  al día siguiente se encontró con que su colega ya tenía un puesto nuevo. Lo habían ascendido por el proyecto que él había presentado el día anterior.  Cuando los superiores preguntaron de quién de los dos habían sido las grandes estrategias planteadas el colega en ausencia de Inés no dudo en colgarse el milagrito  sin darle el crédito que ella merecía.  Cuando ella se enteró de esto y confrontó a su colega, la respuesta de éste le cayó como una cubetada de agua fría: “Pues sí Inés, pero tuviste que irte y la chamba es la chamba, además aquí me aprecian más a mí que a ti, de todos modos aunque hubieras estado no creo que te hubieran ascendido a ti.”

¿Te imaginas cómo se sintió Inés?

Inés pasó una semana enferma.  No era muy popular en su oficina, cosa que su colega sí, y por lo tanto sentía que no tenía mucho respaldo. Cuando pasó su fuerte gripa Inés no intentaba “olvidar” el asunto. Más bien le daba vueltas y vueltas al asunto en su mente, recreándola a cada rato y pensando la forma en que podría “desquitarse” de su ofensor. Cuando hacemos esto –que en lenguaje técnico y mamilón se llama rumiación- la amígdala y todo el sistema límbico de su cerebro empiezan a trabajar horas extras buscando memorias pasadas de emociones similares.  En el caso de Inés sus bancos de memoria las encontraron.

 

Cuando se activa la respuesta de estrés

Así, ella empezaba a sentir el estrés en el cuerpo después de unos 125 milisegundos de recrear la escena y la cara de los ofensores en su mente. Su corazón y respiración se aceleraban en respuesta al cortisol, adrenalina y noradrenalina que había segregado, preparándola para luchar, huir o paralizarse. Pero Inés estaba en su silla y el susodicho ni siquiera estaba a su alrededor en esos momentos.

 


“El resentimiento es como tomar un veneno esperando que la otra persona muera”


 

Ella sin proponérselo, activaba con cada rumiación la respuesta fisiológica del estrés y a la vez, reforzaba el resentimiento que sentía hacia su colega cada vez que ponía la imagen de él en su mente. El perdón no figuraba en el horizonte. Inés gastaba mucha energía y productividad en darle vueltas al asunto.  A las pocas semanas  Inés enfermó y tuvo que ausentarse del trabajo por varios días.

Aunque se recuperó oficialmente, se sentía cansada, agotada y no podía dormir bien. Empezó a tener roces con otros compañeros de trabajo, lo que añadió leña al fuego que ya sentía en su interior. A pesar de que estaba sufriendo los efectos físicos y psicológicos del estrés, Inés al inicio pensaba que perdonar era igual a “dejarse” y mandar señales de vulnerabilidad a los demás, que ella interpretaba como “debilidad” .

Por supuesto muchas personas podrían sentir lo mismo que Inés sentía de haber vivido lo que ella vivió.  Su “compañero” de trabajo cometió una trasgresión sin nunca intentar repararla. Dadas las circunstancias en su oficina, Inés decidió no hacer el asunto más grande. Lo importante aquí más allá de haber o no buscado una especie de “justicia”, es que todo esto estaba carcomiendo a Inés.

 

El Perdón es un proceso

Durante las sesiones que tuvimos juntos, ella pudo “sacar” eso que le afectaba. Le pudo poner nombre a lo que sentía: “Deseos de venganza”, dijo. Aunque no es lo más saludable a veces experimentamos emociones medio macabras como las que sentía Inés. Y para llegar a perdonar tenemos que empezar por lo primero: Aceptar y reconocer lo que es. Aunque sean emociones “aberrantes” como Inés mencionó.

Cuando Inés hizo esto pudo entonces pasar a la segunda parte del proceso de perdón: perdonarse a sí misma, frecuentemente el paso menos fácil, pues a pesar de que ella había  sido la que salió perdiendo, se sentía culpable por haber tenido que faltar al trabajo el día de la presentación. Al ser más compasiva consigo misma pudo sentirse liberada del peso que el resentimiento le ponía a su cuerpo y a su mente.

El perdón de Inés puede ser visto por algunos como un acto de “tontos”, de alguien que “se dejó”. De hecho nuestra cultura parece percibir al perdón como una señal de debilidad o de sumisión. Incluso decía Nietzche que más valía ofender y luego pedir perdón que ser ofendido y perdonar. Tal vez muchas personas hoy en día estén de acuerdo con él. Pero de acuerdo a investigaciones en las últimas décadas, el perdón no es una virtud que solo los iluminados practican, ni beneficia solo a quien es perdonado. Se ha encontrado  que existen conexiones entre el perdón,  la salud física, mental y hasta espiritual, además de que el perdón nos ayuda a ser más resilientes.

 

¿Qué pasa en el cuerpo cuando perdonamos?

Perdonar va mucho más allá de  solo eliminar el resentimiento de nuestro cuerpo y mente o de olvidar el hecho.  Probablemente nunca olvidemos lo que nos hicieron, lo que cambia es nuestra respuesta al evento. La persona que perdona en todo el sentido de la palabra experimenta menos deseos de “venganza”  y por raro que parezca, comienza a experimentar emociones positivas, aun cuando le hayan hecho una trastada. De hecho perdonar trae beneficios a nuestra salud física, mental y hasta espiritual.

En un estudio de Charlotte van Oyen Witvliet 1  del Hope College le pidieron a los participantes que pensaran en una persona que los había tratado mal, ofendido o lastimado. Mientras la gente estaba pensando en esos villanos, la investigadora monitoreaba su presión arterial, frecuencia cardiaca, tensión muscular facial y actividad de las  glándulas sudoríparas, las que nos hacen sudar. Como le pasaba a Inés, cada que recordaba a su ofensor su tensión arterial y frecuencia cardiaca aumentaba y sudaba más.  Rumiar la ofensa les provocaba estrés, los hacía sentir enojados, tristes, ansiosos y con menos control. Después de esto, Witvliet les pidió que se imaginaran perdonando a sus ofensores. Al hacerlo su respuesta de estrés disminuyó.

En otro estudio de Everett L. Worthington, Jr. y  Scherer 2  encontraron que la falta de perdón, también puede comprometer la respuesta de nuestro sistema inmunológico, llegando a cambiar la manera en que nuestras células combaten infecciones, cosa que Inés experimentó  de primera mano. Pero cuando pudo perdonar a su ofensor, su amígdala que estaba trabajando de más, pudo retomar niveles más saludables y dejar de acelerar su corazón y respiración en vano. Sus niveles de cortisol disminuyeron también y con éste el estrés al que el cuerpo de Inés estaba sometido.

 

El Perdón nos cambia

Inés pudo comprobar el efecto fisiológico del perdón en su cuerpo, como en el estudio de Witvliet,  sintiéndolo como una sensación de ligereza y vio cómo su desempeño en el trabajo poco a poco repuntaba nuevamente. Su salud mejoró y en unas semanas pudo volver a dormir como lo hacía antes. Su hostilidad hacia la vida con el tiempo desapareció.

Inés pudo perdonar una grave transgresión y dependiendo de la óptica con que se mire, de una injusticia. Aun cuando el ofensor nunca le pidió perdón a ella ni intentó reparación alguna, Inés pudo perdonarlo haciéndose un gran bien a ella misma.

 

Checa esta entrevista en donde profundizo más sobre el perdón y sus efectos en nuestra salud física y mental. 

 

 

 

 

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Referencias:

1.- Oyen Witvliet, C. van, Ludwig, T. E., & Vander Laan, K. L. (2001). Granting Forgiveness or Harboring Grudges: Implications for Emotion, Physiology, and Health. Psychological Science, 12(2), 117–123. https://doi.org/10.1111/1467-9280.00320
2.- Worthington, E.  & Scherer, M. (2004). Forgiveness is an emotion-focused coping strategy that can reduce health risks and promote health resilience: theory, review, and hypotheses. Psychology and health, 19 (3), 385-405.  https://doi.org/10.1080/0887044042000196674

 

 

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Edgard Ramirez
Edgard Ramirez
Viajero de nacimiento, coach y psicoterapeuta especializado en hipnosis ericksoniana por elección. Te ofrezco herramientas para reinventarte desde ésta y las neurociencias, pues acelera el cambio y la resolución de problemas de mis clientes.

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