La Resiliencia de las madres: una lección de vulnerabilidad

Tiempo de lectura: 7 minutos

 

He visto la resiliencia en mamás de muchas partes del mundo. La he visto en la mía. Y aunque en cada una se manifiesta a su manera, hay un denominador común: el haberse atrevido a ser madres, aun si se sentían muy vulnerables y no sabían cómo.

 

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Cuando era niño y mi mamá me recogía de la escuela, después de darle un beso normalmente le hacía la misma pregunta: ¿Qué preparaste de comer? Su cara no siempre era de mucha alegría cuando me decía el menú. Y menos cuando entre las opciones había un platillo que me desagradaba y yo se lo hacía saber. Sin embargo y a pesar de protestas mías un día y de mis hermanos otros días, ella siguió preparándonos comida por muchísimos años.  ¿Y eso qué? Tal vez te preguntes. Pues dedicar tu energía y tiempo a una actividad para alguien más que constantemente es recibida con muecas o con abierto rechazo requiere de ponerte en una posición vulnerable y de mucha resiliencia.

Tal vez tengas la idea de que la resiliencia es la capacidad de afrontar y recuperarnos de situaciones extraordinarias como un desastre natural, un accidente, la muerte de un ser querido, etc.  Estás en lo cierto, pero esta capacidad psicológica del cerebro humano también implica los contratiempos del diario y esos se van acumulando en el tiempo. Las presiones económicas que vivían mis papás en ese entonces eran ya un estresor importante. Si a eso le sumo la lista casi interminable de tareas de la casa y familia que hacia mi mamá, y todo esto sola, las muecas por la comida eran la gota que derramaba el vaso.  Ella, como millones de mamás en el mundo, tenía un estado constante de estrés y por eso requirió de mucha resiliencia.

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La resiliencia no es = ser invulnerable

Ser mamá es una condición que implica estrés. Tanto madres primerizas con el temor de fallar en cualquier cosa, o no tener todas las soluciones bajo la manga, como madres experimentadas, la crianza de un ser humano requiere de mucha atención y energía pues cada hijo/hija es diferente. La maternidad, como la paternidad, se aprende con las experiencias de la vida real del diario. Y eso pone a cualquier persona en una posición de vulnerabilidad, por cierto cuna de la resiliencia.  

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Si tu idea de resiliencia es ser una “super mamá”, fuerte, que todo lo puede, todo lo sabe y nada le afecta siento decirte que no es así. La resiliencia implica ser bien vulnerable ante las olas de la vida. A veces algunas olas nos asustan y a veces hasta nos revuelcan. La resiliencia implica sentir miedo ante algunas olas, aprender a navegarlas y si alguna nos revuelca, levantarnos. Como dirían los surfistas, aprender a “leerlas” para evitar que la siguiente ola similar los tire.  Y como bien dice Jon Kabat- Zinn:

 


“No puedes detener las olas de la vida, pero sí puedes aprender a surfear”.


 

Y vaya que a muchas mamás las olas les llegan todos los días y por todos lados. De eso se trata la resiliencia. El no poder pararlas quiere decir que siempre seremos vulnerables ante la vida, todos y todas: Mamás, papás, hijos, hijas, todos los seres humanos. He trabajado con muchas consultantes que de una u otra forma tienen miedo de equivocarse con sus hijos, de hacer algo mal, de no ser lo suficientemente buenas madres. En resumen, tienen miedo de ser vulnerables. Como bien dice Brené Brown autora e investigadora de la Universidad de Houston,  existe el mito de que ser vulnerable es igual a ser “débil”.  ¡Para nada!  Ser vulnerable implica, sí exponerte ante los demás, pero también implica ser auténticos y estar dispuestos a vivir y disfrutar la vida. Además aceptar tu vulnerabilidad te abre el camino a la resiliencia. Aquí 7  puntos para comenzar a hacerlo: 

 

Tu(s) hijo(s)/hija(s) son imperfectos, igual que tú, y están preparados para la adversidad.

Para nada quiere decir que no los atiendas. Más bien es ver que cuando están llorando, hacen un berrinche o te desobedecen en general no lo hacen para molestarte, sino es la forma que tienen como pequeñitos de tratar de descifrar el mundo. Ellos no tienen la capacidad de explicárselo de la manera en que tú sí puedes hacerlo. Ellos, al igual que tú, afrontarán las olas de la vida desde ahora y es normal. Y para ello tienen un sistema nervioso que contempla la adversidad, solo que está en desarrollo. Acompáñales a sentirse acompañados, a que eres un puerto seguro a donde puedan regresar en caso de miedo o inseguridad y la resiliencia se irá desarrollando de forma natural en ellos.

 

Ama a tu(s) hijo(s)/hija(s) con el corazón abierto aún si no hay garantía

Cada día tomas la oportunidad de amarlos a ellos, a tu pareja, a tu familia, a tus amigos de forma íntegra, con el corazón abierto, sabiendo que tal vez no seas correspondida con los mismos sentimientos o en la misma intensidad.  Tomas el riesgo de amar a pesar del riesgo de ser herida. Esto es resiliencia en acción.

 

Practica gratitud

El hecho de tomarte un tiempecito para encontrar lo bueno que tienes, encontrar lo rosa de lo negro de verdad ayuda. Toda adversidad trae un regalo escondido, aunque al principio el mentado regalo no muestre ni el moño. Apreciar la presencia de lo bueno en tu vida te hace más resiliente. Ese es el poder de la gratitud.

 

Empieza a creer que eres lo suficientemente buena mamá

Es natural en el ser humano tener dudas. Pero en una cultura en la que se envían mensajes de que hay que lograr la perfección es menos fácil aceptarse tal cual somos. A muchas mamás esta creencia de que no son lo suficientemente buenas madres las puede avergonzar y hacer creer que no son dignas de amor y de conexión.  Esta creencia puede desgastarte y entonces por más que hagas por tus hijos, en el fondo podrías sentir que nada es suficiente. Cuando le das la vuelta y crees que sí eres lo suficientemente buena mamá, sucede algo bien curioso, pues además de sentirte más en paz contigo y con tus hijos, puedes cambiar más fácilmente algunos aspectos de ti. Como bien decía Carl Rogers, uno de los más grandes psicoterapeutas del s. XX :


“La paradoja curiosa es que cuando me acepto tal como soy, es cuando puedo cambiar”.


 

Tener el valor de ser una mamá imperfecta

A veces este punto es suficiente para muchas mamás que sentían vergüenza o presión por ser madres perfectas. Cuando aceptas que tú al igual que las millones de mamás en este planeta, y de hecho todos los seres humanos, eres imperfecta te liberas de una carga pesadísima. Así me lo han dicho varias mamás en sesión. Una carga que la misma cultura les había puesto y que muchas veces ellas mismas se pusieron. Ojo, esto no quiere decir adoptar una postura de conformismo y de no hacer nada por cambiar algunos aspectos de ti que no te agraden. Para nada. Más bien sucede lo mismo que en el punto anterior, la aceptación de nuestra imperfección nos abre la puerta al crecimiento y al aprendizaje.

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Trátate con autocompasión, o sea sé amable contigo misma.

Así como puedes reconocer el dolor de alguien más también es importante reconocer el propio y hacer algo para aliviarlo. Esa es la autocompasión, tratarte bien a ti misma como lo harías con una buena amiga o con tus mismos hijos cuando las cosas no van muy bien. Implica reconocer que las imperfecciones son parte de ser humanos. Además la autocompasión es un antídoto para el estrés, pues reduce la actividad del Sistema nervioso Simpático o el que algunos llaman el “acelerador” del sistema nervioso y por si fuera poco, también promueve tu resiliencia.

 

Acepta tu vulnerabilidad de mamá

No existe la mamá que toooodo lo sabe, ni la que tiene toooodas las soluciones. Existen mamás imperfectas que hacen lo mejor que pueden y que están abiertas al aprendizaje que la vida les va dando. Las mamás se exponen emocionalmente todos los días ante sus hijos, su pareja, familia, las amistades, la sociedad, o sea son vulnerables ante la crítica, los juicios, el rechazo, las muecas por la comida, etc. Pero estar dispuesta a exponerte de esta forma es también la puerta a la conexión humana. Ahí reside la riqueza de la relación con tu(s) hijo(s)/hija(s). Eres su primer ejemplo de resiliencia. Como bien dice Brown, no hay intimidad ni cercanía en nuestras relaciones si no estamos dispuestos a ser vulnerables.  

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Hoy cuando recuerdo mi infancia veo que mi mamá, como millones, fue resiliente sin saberlo. No tuvo acceso a información como esta que estás leyendo, no tomó sesiones de terapia, no leyó libros del tema, y aun así con muchísimas presiones económicas y emocionales, con heridas de infancia sin sanar,  con errores y aciertos, con virtudes y limitaciones, nos sacó adelante a mí y a mis hermanos. Se atrevió.  Por eso sé que las mamás, aún si no lo saben, llevan en su interior la resiliencia encarnada. Y las admiro por eso.

Tú también la llevas, tal vez hasta ahora no lo sabías, pero la llevas.

Es poco fácil en esta cultura ser imperfecta y más aún mostrarte así ante el mundo. Pero lo estás haciendo y tus imperfecciones, tus errores y tu vulnerabilidad es lo que te hace una mamá resiliente.

 

 

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Edgard Ramirez
Edgard Ramirez
Viajero de nacimiento, coach y psicoterapeuta especializado en hipnosis ericksoniana por elección. Te ofrezco herramientas para reinventarte desde ésta y las neurociencias, pues acelera el cambio y la resolución de problemas de mis clientes.

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